Con el único fin de confirmar unos protocolos legales, Zog y Betz, una pareja con contrato matrimonial prorrogable, se dirigen hacia la capital del Imperio Dazián, en el corazón del sistema estelar.
Tras haber utilizado el portal teleyector, llegan a media tarde, hora local. Hasta el día siguiente no tienen concertada su cita burocrática y buscan un espaciohotel donde poder reposar. Allí les proporcionan un habitáculo con tumbonas, antigravedad, individuales, dos porta objetos personales así como una mesa retráctil sobre la que se encuentran dos pads, de propaganda, desechables así como varias unidades de memoria con el logo del hotel (Todo ello contenido en el interior de un replicador de objetos inertes), un taburete de aluminio y un replicador de bebidas y alimentos encastrado en la pared y sobre el que hay una pequeña pantalla de holovisión.
Después de cenar, se dirigen a un local de ocio virtual, donde recrean, para su disfrute, un paisaje rural con cascada y río incluido. Cuando regresan al espaciohotel, cada uno se tumba en su respectiva unidad de sueño tomando en sus manos un personalbook.
Algunos instantes después, notan que los ocupantes del habitáculo adyacente están realizando el coito. Pueden imaginarse el sordo ruido de los cuerpos al frotarse entre sí, los dulces quejidos de la hembra así como los rudos sonidos producidos por el varón. Zog y Betz sonríen y se miran con complicidad como si recordaran tiempos pasados. Intentan realizar algún comentario chistoso; pero se reprimen y callan; se desean buenas noches y ordenan al ordenador que apague la luz.
Zog, ardiente por lo que acontece a su lado, y cuyos eróticos sonidos no dejan de martirizarle, piensa en comentarle algo a Betz. Quizá su pareja se encuentre tan receptiva como lo está él. Siente como salta de su lecho para dirigirse al de su pareja, como bromean acerca de la ardorosa actitud de sus anónimos vecinos; como él la acaricia el cabello y masajea su suave y tersa piel. Como enseguida dirige unas temblorosas manos hacia los turgentes pechos de ella. Todo sucede en su mente y está casi seguro que su pareja recibirá su actitud con agrado. Ese pensamiento positivo, de repente, se transforma de forma radical, y se acongoja al estar seguro de que la respuesta de su compañera será negativa. Hace solo unos pocos años ella habría tomado la iniciativa. Él podría haberle leído, sin dificultad, sus sentimientos; pero en este instante, después de diez años de rutinaria convivencia, la pasión del primer amor estaba extinguida. Zog, al abrigo de la cómplice oscuridad, masajea su pene, procurando no ser descubierto.
Breves instantes después de haber eyaculado, Betz le cuestiona si ya se encuentra dormido. Zog le replica que no. En el habitáculo adyacente gobierna el dulce silencio de un sexo satisfecho así como la alegre música de una tenue conversación salpicada de reprimidas risotadas. Betz decide tomar la iniciativa y se dirige a la cama de Zog. Lo observa, con cariño, se sienta a su lado y comienza a acariciarle la espalda, desde las cervicales hasta la vértebra sacra. Las expertas manos de la mujer toman, con fuerza, los glúteos de él.
Zog, sintiéndose vencido por el cansancio, se avergüenza de haberse masturbado; pero no tiene la suficiente hombría como para confesarlo a su pareja. Venciendo la natural resistencia del sueño, le dice a ella, que se encuentra cansado.
Betz, al sentirse rechazada, deja de mimarlo. El silencio inunda la sala. Un silencio sepulcral y eterno se hace tan espeso como la esencia del granito. Zog percibe como su esposa regresa a su unidad de descanso.
Puede sentir, una y otra vez, como ella se revuelve en el interior de su unidad de sueño. Cada movimiento, de su pareja, viene a ser como un afilado estilete que se le clavara hasta lo más profundo de su alma. El remordimiento toma forma consistente en su boca del estómago impidiéndole conciliar el sueño.
Pero por lo que más culpa siente es por no haber sido sincero con ella. Siente como, con el paso de los años, se han convertido en dos auténticos extraños. Ya no recuerda si algún día se habían conocido de verdad. La semilla de la desconfianza germinó, en sus corazones, hace tiempo y la llama de la comunicación se fue extinguiendo en el mismo proceso.
En un auténtico impulso de sinceridad, Zog se dirige a su esposa y le confiesa el real motivo de su cansancio. Con ello intenta, aunque no sabe como, reavivar ese algo perdido; pero también le indica, con poco tino, que resultó consecuencia de haber pensado que ella tampoco tendría ganas de realizar el amor. La contestación de Betz resultó tan convincente como el propio silencio.
Algo más tarde, ese mismo silencio es roto por un sordo sonido de tejido y jugos al ser frotados. Éste proviene del lecho de Betz. Zog comprende, con premura, que su compañera ha decidido imitar su propia actitud anterior.
La amargura inunda su corazón. Su virilidad ha sido herida y sus sollozos acompañan, en paradójica armonía, el sonido producido por Betz en el transcurso de su fémina masturbación. Al consumarse el orgasmo, Zog ahoga su llanto en el blanco almohadón de polímeros de su unidad de descanso; mientras que Betz reprime su rabia mordiéndose el dorso de la mano.
Al día siguiente, la pareja decidió no confirmar su contrato matrimonial, haciendo uso de la natural cláusula de divorcio.
Alba Koshinaji