miércoles, 10 de agosto de 2011

La Desfloración de Afrodita


Ya está el abuelo Cronos presto a abandonar el luminoso Olimpo para partir al tenebroso Tártaro. Rea, la abuela, protege el sueño del gran Titán y padre de Zeus, mi padre.

Hace unos días que vino a buscarnos, a nuestro lugar de exilio, Hera mi frígida madrastra. Allí estábamos, placenteramente encamadas, mi madre Niode y yo, mostrándome los secretos que utilizan las diosas para someter, por el placer, a dioses y hombres. Utilizando su máscara de severidad se dirigió a nosotras. Sus ojos centelleaban como relámpagos de un seco verano en la tierra de los mortales, donde mora Heracles mi hermano favorito y mejor amante.

Dione, Afrodita, nos dijo Hera, tenéis que acompañarme al palacio de los dioses. Cronos pronto partirá para el inframundo y Zeus vuestro esposo y padre prefiere perder el tiempo follando con las pútridas mortales. El debía, según las leyes que rigen sobre los dioses, iniciarte en el mundo de la divinidad, continuó la Diosa de rostro pálido y embellecido con plumas doradas y tornasoladas de pavo real. Como parece no querer cumplir con su obligación Real, algún otro debe hacerlo y ese solo puede ser tu abuelo Cronos. Hera me miraba, con esa mirada penetrante que solo la erial diosa posee.

Cuando llegamos a la divina morada de los dioses, Hera y mi madre me dejaron junto a mis hermanos Apolo, Heracles, Hermes y Ares; pero antes que nada nos advirtieron severamente. Utilizad vuestras pollas y jugad para disfrutar como solo los dioses sabemos hacer; pero tú niña, dijo Dione, tu raja coralina ni tocarla; esa deberás reservarla para tu proceso de iniciación, donde se te coronará con los atributos y funciones de Diosa.

Supongo que mis madres fueron a ver a Cronos y a Rea, en el aposento real; mientras tanto, como niños pequeños que éramos entonces, jugamos a ser dioses adultos. Todos mis hermanos se empalmaron al contemplar mis mullidas y blancas tetas. Ellos me rodearon; pero nunca tuve miedo, por contra sí me hacía gracia como parecían perder la compostura y se masturbaban a placer; pero nunca se atrevieron a contrariar la severidad de Hera. Mi Coño permanecería, solo entonces, impoluto aunque babeante de placer. 

Como yo también quería disfrutar del divino juego, solicité a mis hermanos que dejaran de masturbarse, que yo lo haría por ellos. Con mi mano izquierda cogí fuertemente la polla de Ares y con la derecha la de mi dulce y tímido Hermes. La boca la dejé para Heracles. Con movimientos sincopados, mi boca subía y bajaba sobre el glande de la polla del semidios. De cuando en cuando, mi lengua se deslizaba con suavidad sobre su diminuta minga y mis dientes apretaban el resto del duro y erecto mástil.

Las manos tampoco dejaron de moverse, en vaivén, sobre los duros falos de mis hermanos. Yo, para ser sincera ni me inmutaba. Yo soy una Diosa y no puedo demostrar debilidad. Mis Hermanos, como dioses que son, podían permitirse mostrar berridos, lloros, risas y demás estridencias, dignos de animales inferiores. No tardando demasiado, mi hermano Heracles evacuó, en un terrible orgasmo, dentro de mi boca cerrada sobre el pellejo de su órgano de placer. Algo de lefa se fue hacia el otro lado y empecé toser, escupiendo sin querer, toda la leche que su miembro había desprendido. Los puse a todos perdidos y no se les ocurrió, a unos y a otros que chupar la leche de sus otros hermanos. Cuando acabé con mi hermano predilecto hice lo propio con el resto, acabando todo ese espectáculo, que tanto me agradó del mismo modo. Cada vez que quedaban pringados, se unían a ese blanco festín. Como yo no podía ser menos, me uní a ellos besándolos en la boca para devolverles algo del divino alimento que me habían prestado. ¿Cuando lo repetimos?, tras acabar, me preguntaron. Yo me hice la interesante y sin perder la compostura, miré hacia otro lado. Tras un breve silencio les dije: Pronto Hermanos amados, pero ahora tengo que ver a nuestro anciano abuelo.

Efectivamente, Hera y mi madre Dione se acercaron hacia nosotros y empezaron a sonreír mientras nos dirigieron unas dulces y bellas palabras. Queridos niños, nos alegramos mucho que hayáis sabido jugar a ser Dioses, porque eso es lo que sois. Vemos que la raja coralina de vuestra hermana no ha sido mancillada. Pronto, muy pronto podréis disfrutar al completo con vuestros juguetes. Ahora niña, dijo Hera, cambiando su rostro a la severidad que la caracterizaba, acompáñanos que deberás ver a tu abuelo Cronos y despedirte de él, según manda la tradición y ya que no se encuentra tu lujurioso padre entre nosotras, será el abuelo quien te corone con los atributos divinos antes de que parta junto a nuestros sus hermanos los titanes.
La Sala Real estaba bellamente iluminada, las paredes reflejaban la divinidad por todas partes. Había un tenue y dulzón olor que me indicó que pronto la muerte se acercaba para recoger, en su seno, al abuelo Cronos. Entré en la habitación y las esposas de Zeus se mantuvieron en el exterior. La Bella abuela Rea me llamó con su mirada. No tuvo que abrir su boca para que yo supiera lo que me decía y lo que a continuación debía de realizar.

Nieta mía, mi niña, hora es que pierdas el himen que cierra tu raja coralina. Tu Coño deberá abrirse al mundo para repartir el placer por doquier, a dioses y mortales. Como manda la tradición, por estas fechas estelares, debe producirse tu divina coronación; pero el despistado de tu padre anda follando con las mortales; quizá también con algunos varones pues él no hace distingo entre agujeros, ni si son anteriores o posteriores. El caso es que él se lo pierde. Quizá pueda encontrarse hastiado de joder con dioses y diosas; sea lo que sea, mi amada niña, es que le toca ese honor a tu moribundo abuelo. Ya está pronto a partir, dijo Rea, no sé si será capaz de cumplir con su divino cometido.

Cronos entreabrió sus profundos ojos que parecían mirar más al otro mundo que a este y con su mente, pues sus cuerdas vocales ya no le funcionaban, me dijo. Niña, mi niña, cuanto tiempo hace que marchasteis hacia el exilio Dione y tú. Ven y abraza a tu abuelo, que mucho te quiere, antes de que parta. A esto, Rea le dijo a Cronos que no podíamos perder el tiempo ya que pasaría la hora sagrada y mi coronación ya no sería posible por eones de tiempo. Eso impediría que hubiese, en el futuro, sexo entre hombres y dioses, dioses y dioses u hombres con hombres.

El abuelo dio un grito sonoro, que seguro llegó hasta los confines de las otras esferas. Nunca supuse que un dios moribundo podía dar semejante grito de guerra, pero yo, joven Afrodita, no tuve miedo pues, yo sabía que la obligación para conmigo, de parte del abuelo estaba cargada de profundo y sincero Amor divino.

El abuelo me contó que siempre le habían acompañado dos bellos demonios, uno macho y la otra hembra y que en sus sueños el macho le daba por culo y la hembra le ofrecía su roja y grasienta gruta vaginal, hasta que a base de tiempo, por algo el abuelo se llama Cronos, su gigantesco pene erecto explosionaba con furor soltando toda su carga de leche divina, haciendo germinar la vida por todo el Universo. El abuelo me dijo, que esa energía estaba prácticamente agotada y que debería regresar al Tártaro a hacer compañía a sus hermanos. Zeus, mi Padre, sería el Rey de los Dioses; pero no quería que fuese el poseedor de esos divinos demonios que daban la vida por doquier. Trabajo me costó que la gigantesca y flácida polla del dios, se elevara a modo de un mástil de barco real: Usé las manos para friccionar el nervudo y venoso órgano reproductor. Besé con suavidad y amor el glande y su pequeña raja o minga. Pasé la lengua con húmedos giros elípticos por toda su extensión y puedo asegurar que no era pequeña. Quiero recordar que la abuela Rea estaba en la estancia vigilando que todo el proceso saliese siguiendo el ritual establecido.

Con fuerza pellizqué repetidamente los inmensos cojones de Cronos. De repente, como un muerto que se levantara repentinamente de la tumba, la monstruosa y gigantesca polla del dios se erigió como un miembro que uniese a las estrellas del cosmos. Los quejidos del abuelo eran estremecedores. Yo sabía que en el proceso se destruirían y se crearían nueva galaxias y estrellas. Muchos mundos darían a luz a nuevas criaturas. Otros muchos las devorarían. No sin algo de esfuerzo, siguiendo las instrucciones mentales de la abuela, escalé el tremendo pene hasta sentarme a horcajadas sobre él. Mi raja coralina, al contacto con el inmenso glande se abrió hasta transformarse en el divino coño que en realidad era. Ni la polla encogió ni mi coño creció; pero como solamente los dioses sabemos hacer se produjo la penetración. Mi redondo agujero del culo y sus nalgas acabó tocando los huevos del abuelo y un movimiento de vaivén produjo oscilaciones sobre toda la creación.

Entonces pude ver como los demonios del abuelo cronos pasaban hasta mí. A partir de ese momento estaría en una permanente jodienda por los dos lados. El bello demonio moreno me penetraría el coño por toda la eternidad, mientra la rubia diablesa metía su puño en mi culo también por toda la eternidad y restregaba su etérico cuerpo con el blanco mío. El abuelo evacuó su semen y todo mi Ser absorbió su furia creadora. El erecto mástil del abuelo fue perdiendo rigidez hasta volver a su tamaño original, que aún así no era pequeño. La abuela Rea me confirmó lo que yo ya sabía. Cronos había partido al tártaro para acompañar a sus hermanos titanes. Sin que hubiese bajado de la cabalgadura sobre la polla del abuelo, besé con todo mi amor el cadáver del dios. Retiré su ya blando órgano reproductor y me dirigí a la puerta mientras recibía un gesto de aprobación por parte de mi anciana y bella abuela.

Abrí las puertas de par en par mostrando mi cuerpo desnudo sin ningún pudor, tanto a mis hermanos como a mis madres y a mi padre Zeus que en ese momento había llegado de joder en la tierra dios sabe con quien. Mi coño soltaba todavía flujo mío y esperma de cronos que iba dejando un reguero sobre el suelo del sagrado Olimpo. Todos se arrodillaron ante mí, incluso Zeus mi Padre, como Rea, mi abuela, y esposa del dios fallecido. Todos me miraronn con lascivia e impudor. Yo sonreí y me dirigí a todos ellos: ¿A QUÉ ESPERAMOS?

Me dirigí hacia los dioses y ellos vinieron hacia mí juntándonos en un furioso torbellino creador destructor: La Orgía nadie sabe cuando comenzó pero gracias al dios Cronos aún no termino. Yo, Afrodita y mis demonios, vagamos por el mundo ofreciendo amor, sensualidad y placer. Cronos, además hizo posible que la humanidad mortal tuviese acceso a mis encantos y yo, Afrodita, soy la única diosa que no pido nada a cambio. Ofrezco a mortales e inmortales mis encantos, La vida florece en mi seno y se reparte por todo el Universo. Ese es el motivo, siempre digo sobre todo, a mi favorito hermano Heracles, que los demonios de Cronos no me dejen un solo momento en paz. Una paz que no quiero pues la lascivia y el erotismo nos mantienen a todos vivos.

Y ahora, ya no me queda más que deciros a todos, mortales e inmortales que esta es la auténtica historia de la desfloración de Afrodita. Fue el amor del abuelo quien suplió la insensatez de mi padre. Quizá es por dicha causa que el tiempo siga transcurriendo por siempre en toda la creación. 

Que lo folléis bien

Palabras de Afrodita, la Diosa del Amor.

Alba Koshinaji